A Nicolás Tagliafico le quedan días de contrato en Lyon. La maleta preparada, el pasaporte renovado y mil recuerdos en las piernas, porque el lateral zurdo argentino se ha ganado el derecho a soñar con nuevas aventuras y, por qué no decirlo, ajustarse alguna cuenta pendiente en LaLiga.
El nombre de Tagliafico vuelve a sonar fuerte en Sevilla, como hace siete años, cuando el club hispalense ya se fijó en aquel joven audaz de Banfield. El destino no quiso que su historia arrancara entonces, pero la vida muchas veces regala segundas oportunidades. El argentino, con 32 años recién cumplidos y un valor de seis millones en el mercado, es hoy libre como el viento y recio como un mate a media tarde. Su carta de presentación impresiona: 33 partidos como titular en el Olympique Lyonnais esta temporada, cinco goles y ese gen competitivo marca registrada de los futbolistas hechos en el barro y curtidos a fuego lento.
No es una simple operación de mercado, ni una oportunidad cualquiera. Tagliafico responde a todo lo que necesita el Sevilla: experiencia, carácter e inteligencia táctica. Lo conocen bien en Nervión, pero sobre todo sabe muy bien Matías Almeyda—nuevo míster sevillista y viejo amigo de Tagliafico, con quien ya coincidió y triunfó en Banfield. entrenador y jugador hablan el mismo idioma en el césped y fuera de él.
A nadie se le escapa que la situación económica del Sevilla no está para volverse loco y tirar la casa por la ventana. El club mira el bolsillo con lupa y busca talento sin hipotecar el futuro. El fichaje de Tagliafico, a coste cero, sin gasto de traspaso, sería un caramelo en la puerta del colegio. Llegaría para apretar a Adrià Pedrosa y darle competencia de la buena, esa que enriquece el vestuario y oxigena la banda izquierda.
Roma también ha puesto el ojo en él, pero ya se sabe que en el fútbol el que pestañea pierde el tren. Sevilla tiene un as bajo la manga: la ciudad, el entorno y el propio Tagliafico, que obtuvo buenas sensaciones cuando el Betis lo tanteó en el pasado. No le faltan razones para imaginarse vestido de blanco y rojo, arropado por la pasión de una afición que siempre pide garra y personalidad.