Hay historias que se escriben con la elegancia de una sinfonía y otras que retumban en el alma como las notas heridas de un bandoneón. La de Luka Modric en el Real Madrid pertenece a ese primer grupo. Una obra con trece años de magia, liderazgo y profesionalidad absoluta. Pero como en todo buen relato, llega el epílogo, y en el Santiago Bernabéu ya se escuchan los aplausos para un genio que, tras el Mundial de Clubes, pondrá rumbo a Milán. El Milan aguarda a Modric con los brazos abiertos y las vitrinas sedientas de gloria.
Es casi un secreto a voces en el corazón rossonero. Igli Tare, director deportivo del Milan, se le escapa una sonrisa de satisfacción cuando le preguntan por el centrocampista croata. “Luka es un ganador. Su mentalidad competitiva, su liderazgo y su profesionalidad nos llevarán a otro nivel”. Palabra de Tare, convencido de que Modric será la bisagra que una la brillante historia del club con un presente que, hasta ahora, se resiste a despejar el polvo del trofeo de la Serie A.
La operación, aunque todavía no es oficial, está encarrilada. El Milan espera tan solo el pitido final del Mundial de Clubes para poner en marcha la maquinaria: reconocimiento médico, anuncio y una bienvenida que promete ser histórica. Modric termina contrato con el Real Madrid en apenas cinco días y, por primera vez en trece años, los pasillos del Bernabéu no vibrarán más con su visión de halcón, su pie derecho de seda y su fútbol de academia.
Ha dejado de ser protagonista en la pizarra blanca, pero no en los corazones de la afición. Se va el futbolista, queda la leyenda. Luka, a sus 39 años, no quiere quedarse a vivir del pasado. Quiere seguir protagonizando relatos de hazañas. Por eso, antes de dar el sí quiero, preguntó sin rodeos: “¿Está este Milan hecho para ganar el scudetto?”. Porque Modric no va al Milan a tomar té con galletas, sino a exigir y a competir, convencido de que puede ser determinante desde el primer minuto.
Y hay algo más. Luka es hincha del Milan desde niño. El fútbol tiene esas casualidades hermosas que transforman un fichaje en un reencuentro. Jugar en San Siro, vestido de rossonero, será para el croata cumplir un anhelo de juventud. Un final de carrera que no suena a retirada, sino a nuevo desafío, a última misión para un futbolista al que los años no le pesan, sino que le dotan de mayor sabiduría en cada pase, en cada giro sobre sí mismo, en cada partido grande.
No habrá lágrimas en esta despedida, porque el fútbol le debe a Modric una última ovación de pie. El Bernabéu, el templo que fue su casa, lo despedirá con honores, sabedor de que el artista se marcha, pero su obra nunca se extingue. Y ahora, el milanismo afila las gargantas, listo para recibir a un futbolista de época al que solo le han cambiado la camiseta, pero no el hambre.