Rodrygo está en la rampa de salida. Con apenas 24 años y un contrato blindado hasta 2028, su futuro en el Real Madrid se tambalea como un mal regate en el área pequeña. El club, tras verlo quedarse sin chispa en el Mundial de Clubes —donde fue suplente casi por costumbre—, ha decidido que escuche ofertas. Sí, Rodrygo puede salir si alguien se atreve a meter la mano en la caja y soltar algo cercano a los 90 millones de euros que marca su cotización.
Xabi Alonso, que tiene el banquillo merengue entre ceja y ceja, confía en él solo como recurso de urgencia. No es titular, ni huele la primera línea de ataque salvo lesiones o emergencias. Eso lo sabe el brasileño, que aunque no baja los brazos, percibe que su momento en Chamartín se está agotando. El técnico ha dado luz verde a una venta si llega una propuesta sensata. Blanco y en botella.
El brasileño suma 53 partidos esta temporada, con 14 goles que suenan bien en el currículum pero que no han evitado su desplome en la rotación. Y es que en los últimos meses apenas ha pintado algo más que un peón de refresco. En un club que exige colmillo y brillo cada 90 minutos, el margen de error no existe, y Rodrygo ha pagado el precio.
A la espera de que alguien rompa el mercado, el Arsenal y el Chelsea están al acecho, dispuestos a rescatarlo de la suplencia. Manchester City y United también vigilan el escaparate, aunque sin mover ficha de momento. Entre la intención del jugador de seguir luchando y la realidad de un rol testimonial, el final de su historia en el Real Madrid parece escrito con renglones torcidos.
Rodrygo se agarra a la fe, pero la fe no paga minutos. La grada ya no le espera como antes, el míster solo le mira si hay urgencias, y el club no va a perder la oportunidad de hacer caja con un extremo derecho que no termina de explotar. Lo más probable es que este verano coja las maletas y ponga rumbo a Inglaterra, donde equipos con hambre de talento brasileño le prometen un papel protagonista que ahora mismo en Madrid ni sueña.
Así están las cartas. El chico empieza a querer cambiar de aires y el Madrid no le cierra la puerta. Quizá se la esté empujando suavemente. Y, en el fondo, todos saben que cuando el Bernabéu se enfría contigo, la salida termina siendo cuestión de tiempo.