En la vida –y en el fútbol– hay segundas partes que merecen una oportunidad. Hay amores que no se olvidan y, por más que el tiempo pase y los billetes cambien de sede, el corazón tira para donde tira. Emerson Royal se ha ofrecido al Betis. Sí, ese Emerson Royal que dejó huella en Heliópolis, que brilló como un puñal por la banda derecha y que ahora, descontento en Milán, pide pista para volver a casa. Porque sí, el fútbol es casa, y el Benito Villamarín tiene algo de hogar y de calor que el brasileño necesita volver a sentir.
Las vueltas del destino han llevado a Emerson desde el Tottenham al AC Milan, mediando un traspaso de unos 15 millones de euros que dejó contentos a los contables ingleses y esperanzados a los milaneses. Pero en San Siro, la historia no ha cuajado. Royal no convence en la Serie A, el cuerpo técnico italiano le busca salida y el jugador, con contrato hasta 2028 y un valor de mercado estimado en 10 millones de euros, mira a Sevilla como quien sueña con la nostalgia de los días felices.
En la planta noble verdiblanca, el mensaje ha calado: el Betis ve el regreso de Emerson con buenos ojos. Pero aquí, como siempre, el demonio vive en los detalles. La operación es, ahora mismo, un jeroglífico de difícil solución. El lateral derecho tiene overbooking claro: Ángel Ortiz, Aitor Ruibal y el icónico Héctor Bellerín, que busca reivindicarse. Una familia numerosa en la banda di desborda el vestuario de Pellegrini.
A esto súmale la aritmética: el coste del traspaso no es calderilla y el Betis, que tiene otros agujeros que tapar y prioridades para reforzar el equipo, camina con pies de plomo. El fair play financiero ahoga y obliga a mirar cada euro con lupa. Tiempos de calculadora y mirada larga. Si a la ecuación le agregamos que el Milán quiere venta y que el Betis únicamente se plantea una cesión remunerada con opción de compra, la operación se enreda aún más. Lo de siempre: ellos quieren dinero inmediato, nosotros, paciencia y fórmula a largo plazo.
El futbolista, con 26 años, viaja en plenitud física y mental, pero lo que le falta es ese espacio donde se sintió feliz, donde el fútbol lleva aroma de azahar y los goles saben a magia en el Villamarín. El Betis, prudente pero entusiasta, mira la operación como quien observa un oasis en medio del desierto económico. Difícil, sí. Pero en fútbol, como en la vida, las segundas partes a veces son mejores. Y en el Betis, soñar sigue saliendo gratis.