A veces, el fútbol no entiende de poesías ni de promesas, sino de oportunidades. Y hoy, Ansu Fati, ese chico que un día llevó el dorsal 10 del Barça, ese mismo que heredó de Leo Messi, se sube a un avión y parte hacia el Principado. El destino es Mónaco, pero el reto, inmenso, es reencontrarse con el jugador que asombró al mundo. Porque la vida de Ansu cabe en dos palabras: resistencia y esperanza.
El tiempo pasa para todos, también para los elegidos. Hace apenas un par de temporadas, su nombre era la bandera del futuro azulgrana. Canterano, sonrisa amplia y un fútbol eléctrico, debería haber sido el heredero natural. Pero la realidad, como el mejor regateador, también sabe sorprenderte. Las lesiones primero y la falta de continuidad después le han ido restando minutos y confianza. Esta temporada, sin ir más lejos, Hansi Flick apenas ha contado con él, relegándolo al olvido, poblando el banquillo y dándole apenas 298 minutos en 11 partidos. Nada para quien soñaba con reinar en el Camp Nou.
El fútbol es también una cuestión de fe y de decisiones. A Ansu le llegaron ofertas, incluso en invierno, pero él quiso pelear por triunfar en su casa. Esa casa que un día le aclamó y hoy le despide con cariño, alma de jugador noble y la humildad de ceder ante la evidencia: es momento de buscar minutos y confianza lejos del foco. Antes, gesto de campeón, renovó hasta 2028 y diferió parte de su salario. Dio un paso al costado, sí, pero lo hizo facilitando el acuerdo entre Barça y Mónaco, que compartirán su ficha. Nobleza obliga.
A Mónaco aterrizará buscando lo que aquí le han negado: minutos, confianza y ritmo. Atrás queda su experiencia en Brighton, donde tampoco pudo brillar como esperaban las islas, frenado por las lesiones, esa maldición que tantas carreras ha cortado. Ahora, con el dorsal 31 a la espalda —el 10 será para Lamine Yamal, la última joya de la Masía—, Ansu busca resetear su fútbol. Su valor de mercado se mide ahora en 5 millones, cifra modesta para el talento que promete cuando está sano. Pero el fútbol no tiene memoria ni paciencia. Hay que volver a empezar, y Mónaco puede ser su punto de partida.
En clave Barça, su marcha también supone oxígeno económico: libera masa salarial, ayuda con el famoso ‘fair play’ y, sobre todo, permite que el 10 caiga en las menudas espaldas de Yamal. La rueda del fútbol gira sin piedad, pero no olvida. El club le cede, pero ata su futuro y sueña aún con su resurgir.
Ansu se va como vino: con esperanza. Vuelve a empezar para demostrar, sobre el césped del Louis II y por los campos de la Ligue 1, que el fútbol le debe una. Porque si algo no ha perdido este chico de sonrisa limpia es la ilusión. Y si alguien merece reencontrarse con su mejor versión, ese es Ansu Fati.