Hay historias en el fútbol que merecen una segunda oportunidad. Rostros que piden revancha al calendario, camisetas que buscan adeptos con alma de artista, y jugadores que, como Federico Chiesa, aún tienen mucho que decir aunque algunos ya se hayan encargado de ponerles la cruz demasiado pronto. El extremo italiano ha vivido un año para olvidar en Liverpool, convertido en espectador de lujo —y de lujo barato— en un escenario donde soñaba con ser protagonista. Catorce partidos. Dos goles. Una asistencia. Poco bagaje para quien deslumbró a Europa con la Juventus y la Fiorentina.
A sus 27 años, Chiesa afronta una encrucijada. Su valor de mercado se hundió a 14 millones —llegó con el doble hace apenas un año— y la parroquia red perdió la fe en su chispa. El Liverpool, que apostó 12 millones de euros más variables por él hace solo doce meses, parece ahora un club de paso más que una plaza de futuro. No cuajó, no fue feliz. El fútbol no espera: tiró la puerta abajo en 2021 —43 partidos, 14 goles, 10 asistencias— y ahora le toca buscar ventana a otro sol.
El Real Betis emerge en escena como ese billete a la esperanza. Una sevillana que suena a renacimiento, un estadio de fútbol que bien conoce de milagros. No hay contacto formal aún con el Liverpool pero sí una idea que toma cuerpo entre bastidores: una cesión con opción de compra que permita al futbolista relanzarse y a Heliópolis soñar con una banda derecha de quilates. Pellegrini, al mando, ofrece un ecosistema idóneo para un Chiesa que quiere volver a sentirse importante, un entorno donde tocar la pelota y el cielo no es un capricho sino una religión.
El Betis necesita electricidad por fuera. Busca talento, desborde, valentía. Chiesa, sin el corsé inglés, puede sacudirse complejos y reencontrar su versión Juventus 2021, la del futbolista internacional que intimidaba defensas y vestía la azzurra sin discusión. No se puede entender la magia del fútbol sin segundas oportunidades, y Chiesa palpita con el reto: volver a la selección, al foco europeo, ese que tampoco perdería con el Betis en la Europa League. Un detalle nada menor: costaría menos que otros nombres que suenan para la banda —el caso de Antony, del United, es ciencia ficción para las cuentas de Villamarín—.
El futbolista ya sueña en verde y blanco porque sabe que en Sevilla se recompone el alma y se tocan las noches grandes sin pedir carné. Chiesa necesita un altavoz y el Betis, un agitador. En la mesa está una cesión con opción de compra por unos 15 millones de euros, un trato a medida para todas las partes. Tiene contrato hasta 2028, mide 1,75 pero su fútbol siempre ha sido mucho más grande. Puede jugar de extremo, de nueve, de lo que le pidan si el equipo lo arropa y la grada lo exige.
El desenlace va para largo. Pero la historia tiene todos los ingredientes que enamoran al buen aficionado: símbolo de redención, talento en busca de hospitalidad, y esa pizca de riesgo que todo fichaje lleva en el ADN. Si Chiesa termina recalando en el feudo verdiblanco será la prueba de que el fútbol, a veces, premia la osadía y la fe en los caídos. Usted, si es bético, haga sitio en su nostalgia y en su esperanza: puede que este italiano escriba páginas hermosas en Heliópolis. Porque el fútbol, cuando se lo propone, siempre da una segunda oportunidad. Y Federico Chiesa la merece.