Pablo torre debe decidir entre Valencia, Osasuna y Sevilla

Que el fútbol es un escenario cambiante lo sabe cualquiera; pero que el futuro de una joven promesa como Pablo Torre está tan pendiente del alambre, es una cuestión que tiene en vilo a muchos culés y a media España futbolística. Este verano arranca para el cántabro con un destino incierto, las maletas a medias y una certeza: necesita minutos, focos y demostrar el fútbol por el que el Barça pagó seis millones al Racing en 2022.

En las oficinas del Camp Nou lo tienen claro. Hay cariño y respeto por la calidad de Torre, por ese interior con clarividencia que dejó destellos fugaces en Girona y que sueña con que su oportunidad definitiva deje de ser una promesa y pase a ser una realidad. Pero ni las matemáticas ni la pizarra engañan: ahora mismo hay superpoblación de centrocampistas en la plantilla, auténtico overbooking en la medular, e inevitablemente alguien tendría que hacer las maletas. Todo apunta a Pablo Torre.

Tres equipos españoles han mostrado la patita y, a decir verdad, no son tres mindundis. Valencia, Osasuna y Sevilla han tocado la puerta blaugrana. El problema, o el matiz, es que las tres novias quieren un cesión pero el Barça no está por la labor. La hoja de ruta pasa por un traspaso con opción de recompra, por mantener el hilo rojo del destino. Si Pablo despega, el Barça quiere tener la última palabra en su regreso; si el vuelo es raso, la jugada financiera no supone una ruina.

En paralelo, desde Alemania y Portugal se asoman con cierta timidez. Bayer Leverkusen y Oporto han preguntado, se han interesado, pero por ahora sobre la mesa sólo hay vapor, no hay ofertas firmes. Y hay una dificultad adicional: no es fácil encontrar un destino que, además de garantizar la titularidad, asuma el salario del cántabro y esté dispuesto a firmar condiciones ventajosas para el club culé.

Pablo Torre afronta un verano decisivo. Será el capitán de la selección sub-21 en el Europeo, y no es casualidad que el club, el entorno y sus agentes hayan acordado dejar que la moneda caiga tras ese torneo. Su rendimiento, la visibilidad y… por qué no decirlo, alguna llamada de última hora que pueda cambiar el tablero. Su temporada ha sido complicada, con poco más de cuatrocientos minutos repartidos en catorce partidos, pero con una estadística que invita a no arrojar la toalla: cuatro goles, a uno por cada 100 minutos. Muy interesante para quien busque dinamita y fútbol en la zona de tres cuartos.

El Barça sabe lo que se juega. Ni quiere desprenderse del todo de una promesa que costó seis millones, ni puede volver a permitir que siga embotellado en la nevera, sin minutos, sin espacio, sin progresión. Por eso las opciones están claras: venta con opción de recompra o por lo menos guardarse un porcentaje sobre una hipotética reventa futura. Nada de cesión. Una apuesta decidida por alguien a quien consideran profesional y ejemplar, aunque ahora el camino le lleve lejos de Montjuic.

Contrato hasta 2026 y valor de mercado intacto, Pablo Torre espera su momento. Busca sitio para su talento, para su fútbol pausado, vertical, para su impacto. Quiere brillar como capitán en el Europeo y, después, decidir sin prisa y sin presión. El Barça, mientras, permanece en silencio, pero con la calculadora en la mano, con la esperanza de que la historia se repita: que el chico triunfe, que madure y que algún día regrese convertido en el futbolista que la afición azulgrana soñó. Porque Pablo Torre no está acabado, sólo está por descorchar. Y hay noches en las que un sorbo de talento marca siempre la diferencia.

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